2002-03-23
La sabana gallega
Esta semana han sido dos los esquinazos que le he dado a la música en directo. El jueves dejé pasar un recital de música coral renacentista que en principio no me gusta, pero al que personas muy cercanas, poco dadas a la pedantería, calificaron de emocionante. Hoy mismo debiera haber ido a escuchar a la Psicofónica de Conxo, en la Nave de Servicios Artísticos (NASA), pero vuelvo a estar aquí. He intentado solidarizarme con mis amigos escuchando los mp3s de su web y me han recordado a Os Mutantes, que en principio me gustan. En realidad la música no es demasiado importante, pero estas cosas permiten juntarse con los amigos y pasar un rato de fiesta, aunque los efectos sean extremadamente perjudiciales para la salud y el prestigio personal (los que lo tienen, que no es mi caso).
Pero como siempre hay que mirar el lado positivo de las cosas, al quedarme he dado con una idea que me permitirá avanzar velozmente por encima de unos trabajos que tengo pendientes. Si no fuera porque estas obligaciones son en el fondo, prescindibles, diría que ha valido la pena. El caso es que venía por la carretera (tarde soleada, paisaje anodino, poco tráfico, conduciendo despacito) cuando llegué a la granja de avestruces; la que está junto al hórreo tumbado a pocos kilómetros de Santiago. Como no tenía prisa, dejé el coche en el arcén y caminé hasta la valla metálica que separa a los pájaros de la sabana gallega. Nunca me había acercado tanto, pero la granja es, tal y como imaginaba, una simple explotación ganadera en la que han sustituido las vacas por los avestruces. ¿Qué habrán hecho con la ordeñadora?
Para quienes no hayan visto estos pájaros de cerca, hay que decir que son enormes, aunque seguramente bajo las plumas todo sea aire. Tienen el cuello medio elástico y los ojos, enormes y coquetos, ocupan casi toda la cabeza. Mirándolos recordé la conversación que tuve hace meses con un matarife de mi pueblo. Hablando de cómo afrontan la muerte los distintos animales le pregunté por los avestruces y me miró como si hubiera descubierto su secreto más íntimo. Han aprendido a mirar como las vacas, pero los ojos de los avestruces se llenan de espanto cuando adivinan que van a morir lejos de su tierra. ¶
posted by vendell 22:19
5 Comments
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Comentarios
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De: Rigel |
Fecha: 2002-03-24 02:34 |
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¿De dónde ha sacado el modelo de mi peinado, vendell?
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2
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De: Rigel |
Fecha: 2002-03-24 02:38 |
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Ese matarife es un filósofo. Sabe lo que es esencial aunque ni siquiera haya oído hablar de Séneca. Mi admiración por él.
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De: Paz |
Fecha: 2002-03-24 04:34 |
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http://kerimeblue.blogspot.com (tu vecinita de al lado, no sólo en la realidad, sino en el mundo Dot.com y más concretamente en la Republica Libre de las Bitácoras)te manda un beso-pestaña de avestruz.
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De: vendell |
Fecha: 2002-03-24 11:53 |
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Del destrozo capilar al cólico nefrítico media un universo de dolor. Siempre cabe pensar situaciones peores, lo que bien mirado no deja de ser un triste consuelo.
Respecto a los oficios, amigo Rigel, creo que peluqueros y matarifes están más capacitados para el conocimiento profundo del mundo que los filósofos. Sólo el análisis minucioso de la realidad (cabezas, conversaciones, vanidades, reacciones ante la muerte...) genera conocimiento.
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