2003-10-12
Premios
Los organizadores de algunos premios tratan de adquirir prestigio premiando a personas famosas, merecedoras de distinciones, sí, pero conocidas ya por el gran público. En estos casos el juego consiste en que el premiado suma un nuevo galardón a los que ya tiene en su haber al tiempo que los que premian se suman al carro de los que han tenido el tino de premiar al premiado. Son premios predecibles, aptos para el consumo de todos los públicos, poco arriesgados y que no descubren nada nuevo. Son, en cierto modo, innecesarios. Esta es la línea tradicional de los doctorados honoris causa y, en los últimos años, también del Príncipe de Asturias en algunas de sus categorías.
Hay otros premios, sin embargo, que se arriesgan a otorgar sus distinciones a personas casi desconocidas, pero no por ello inmerecedoras de reconocimiento público. En estos casos, los organizadores y jurados empeñan el prestigio de los premios al asumir el riesgo de presentar como relevante a quienes no gozan de la cotidianidad mediática de otros candidatos más famosos, pero no por ello más dignos de recibir el aplauso y la distinción públicas. Tal es el criterio que parece haber seguido el Nobel de la Paz de este año, que eludiendo las presiones para señalar con el dedo al Papa de Roma, se ha fijado en una ignota abogada iraní cuyos méritos pueden leer en el comunicado de prensa oficial. Ahora ya tiene nombre: se llama Shirin Ebadi y es Premio Nobel de la Paz.
El Papa, además de las recomendaciones, jugaba con la ventaja del que se muere, pero no cabe duda que de haber ganado el premio se vería en medio mundo como un gesto de arrogancia occidental. Por otra parte, no hay que olvidar que este hombre (por más que se empeñen en presentárnoslo como algo más) es el instigador de poderosas campañas contra la igualdad de derechos y la promoción de las enfermedades contagiosas, por no hablar de su complicidad con el encubrimiento de delitos sexuales cometidos por sus subordinados.
Porque la paz, amigos, no se puede definir sólo como el anhelo de los que viven en guerra.
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posted by vendell 07:24
14 Comments
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Comentarios
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De: Vendell |
Fecha: 2003-10-12 07:30 |
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Un poco tarde, pero acabo de encontrar un link a la web de unos fans del Papa.
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De: Jaio la espía |
Fecha: 2003-10-12 08:47 |
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¡Uf! Señor Vendell, el de las frases lapidarias, cómo termina usted las historias: Porque la paz, amigos, no se puede definir sólo como el anhelo de los que viven en guerra.
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De: Vendell |
Fecha: 2003-10-12 08:55 |
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Je je, se me ocurrió saliendo del super.
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De: rvr |
Fecha: 2003-10-12 18:34 |
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vendell: ¿Estaban en rebajas?
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De: ????? |
Fecha: 2003-10-12 18:47 |
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¡Chapeau!
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De: Gonzalo |
Fecha: 2003-10-12 20:13 |
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¡Vaya tela...!
Muy bueno el post, estoy totalmente de acuerdo, ¡Ah.. y el link de los fans del papa...!
¡Magnífico!
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De: vendell |
Fecha: 2003-10-12 20:29 |
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Me alegro de que les guste, pero igual dentro de unos meses estamos aquí lamentándonos por un Príncipe de Asturias de resarcimiento.
Si la naturaleza no lo remedia.
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De: Yogurtu |
Fecha: 2003-10-12 20:55 |
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Vendell ¿cree usted que no se atreverían con un reconocimiento pontífico-póstumo?
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De: vendell |
Fecha: 2003-10-12 21:45 |
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También decían lo del camello por el ojo de la aguja y fíjese como tenemos el cielo lleno de ricos.
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De: Martin Pawley |
Fecha: 2003-10-12 23:57 |
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Acabo de leer en una revista de divulgación (Lecturas se llama, me parece) el proceso que se sigue cuando un Papa fallece. Seica aparece el cardenal camarlengo y para certificar la defunción reza delante del cadáver y procede luego a golpearle en la frente con un martillo de plata, al tiempo que le pregunta ¿Estás muerto?. A la tercera vez (y suponiendo que no haya habido respuesta, o que esta haya sido afirmativa), el cardenal dice Verdaderamente, el Papa está muerto, luego rompe el anillo y el sello del pontífice, y precinta sus habitaciones.
Varias cuestiones se me plantean al respecto. La primera es si no sería quizá más apropiado que la pregunta del cardenal camarlengo (que por cierto, es español, Eduardo Martínez Somalo) fuese ¿Estás vivo?, en vez de esa otra de ¿Estás muerto?. La segunda cuestión que me inquieta es si el sellado de los aposentos pontificios no dificultará sobremanera la escapada de los 21 gramos del alma hacia destinos menos terrenales. ¿Y si se queda atrapada allí dentro?
Estoy pensando que estos hechos le permitirían a usted escribir un post muy bueno, Vendell.
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De: Martin Pawley |
Fecha: 2003-10-13 00:02 |
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Para los que no captan las sutiles ironías: el enunciado puesto en cursiva "o que esta haya sido afirmativa" del comentario anterior es invención mía, o forma parte del ritual canónico, claro. Que lo sepan.
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De: vendell |
Fecha: 2003-10-13 07:17 |
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Martin, me deja Vd de piedra. Mire, no me queda más remedio que coger su texto y ponerlo en la portada. Mil gracias.
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De: Tubbo |
Fecha: 2003-10-13 07:42 |
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Don Martin, don Martin... tiene usted nombre y modos ciertamente cardenalicios.
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De: Martin Pawley |
Fecha: 2003-10-13 08:20 |
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Mmm... me pregunto si eso es bueno o malo!
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