Tanto hablar de dignidad en el post que enlaza me lleva a buscar 'digno' en el DRAE.
Les aseguro que por más que lo intento no veo como puede emplearse en serio el adjetivo digna al lado de muerte y no sonrojarse.
La muerte de Jesús no tuvo nada de digna. El Sanhedrin tomó la decisión de matarle. Fue una decisión política, en la que no era suficiente matarle: había que mandarle al infierno.
Los enemigos de Jesús,
Era la minoría intelectual, social, religiosa, política de Israel; era ese tipo de gente que llena las academias, los clubs mundanos, las tribunas oficiales, los salones, en resumen, gente con la que es un honor ser invitado a cenar. Eran, además, gente demasiado inteligente para no estar acostumbrados a sopesar todas las consecuencias virtuales de sus actos. Habían logrado echar mano a Jesús. Ahora no se trataba sólo de matarle: había que mandarle al infierno. No querían sólo desembarazarse de Jesús; era preciso, sobre todo, a los ojos del pueblo, marcarle de infamia, y no de cualquier infamia, sino -en una nación teocrática y religiosa- de infamia ritual y sagrada.
Pablo, educado en las escuelas fariseas más estrictas, es, entre todos los escritores cristianos, quien mejor ha definido el motivo decisivo del proceso, de la condena y de la ejecución de Jesús. Lo que dice sobre eso, proyecta una luz helada sobre la infernal maquinación de los, enemigos de Jesús. Escribe a los gálatas: "Cristo nos ha rescatado de esta maldición de la Ley, hecho él mismo maldición por nosotros, pues está escrito: maldito el que cuelga del palo". (Gal. 3,13)
Si se acude ahora al texto de la Ley a que alude san Pablo, leemos: "Cuando se dé muerte a un hombre reo de pena capital, y se le haya colgado de un árbol, su cadáver no podrá ser dejado por la noche en el árbol: lo enterraras el mismo día, pues un colgado es una maldición de Dios, y no has de manchar la tierra que Dios te da en heredad." (Deut. 21,22-23) De ese texto espantoso partieron los enemigos de Cristo; partiendo también nosotros de ese texto podremos remontarnos a sus intenciones y sus actos, de eslabón en eslabón.
Por supuesto, crecidos en nuestras sociedades desacralizadas, nos cuesta imaginar los tabúes de las sociedades primitivas. Más que eso, las nociones mismas de honor, de infamia, de ceremonia, nos son profundamente extrañas; no percibimos más que su corteza. El privilegio del gentleman inglés, por ejemplo, de ser ahorcado con un cordón de seda, en vez de con una cuerda de cáñamo, nos hace sonreír: ahorcado por ahorcado, ¿qué importa la cuerda?
Pero la sociedad de Israel estaba lejos de ser tan grosera como nuestras sociedades modernas. Sus tabúes eran rigurosos y terribles, el juez supremo de esa sociedad era el mismo Dios, él es quien, disponía no sólo de la vida de la muerte, sino también del honor y de la infamia, de la pertenencia de cada cual al clan de Israel, o de su expulsión. Los enemigos de Jesucristo quisieron hacer de su asesinato una ceremonia que proclamase a la faz del cielo y de la tierra, no sólo la muerte de ese hombre, sino sobre toda su impureza, su infamia, su expulsión, para el tiempo y la eternidad, fuera de la casa de Israel: que estaba para siempre condenado por Dios, y que estaba maldecido por el mismo Dios.
(...)Ahora bien, en la situación política de Israel -país ocupado por Roma-, la pena de muerte sólo podía ser declarada por el procurador romano. Contra Jesús no se podía encontrar un motivo de derecho común, bandidaje o asesinato. Entonces era preciso encontrar contra él una acusación susceptible de tocar a ese procurador, y no podía ser mas que una acusación de orden político.
La situación, por otra parte, tenía alguna ventaja. Los romanos no practicaban el ahorcamiento propiamente dicho, pero ejecutaban a sus criminales públicamente, por decapitación si eran ciudadanos romanos, por crucifixión si eran esclavos o extranjeros. Ahora bien, Jesús no era ciudadano romano. Por tanto, si se conseguía hacerle condenar a muerte, sería crucificado en un patíbulo de madera, lo cual, a los ojos de todos, sería como colgarle del árbol, de modo más cruel, por otra parte.
Una vez elaborado ese plan, todo lo demás no era más que táctica y procedimiento. Se podía confiar en los enemigos de Jesús, sabían lo que hacían.
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